José Ramón "de la Pintora"
José Ramón Gutiérrez González, José Ramón “de la Pintora” (1868-1969), como mejor era conocido, puede auparse como ejemplo de esas personas que abundaban más antes en nuestros pueblos y que en las últimas décadas, desgraciadamente, han llegado prácticamente a desaparecer, o se cuentan con los dedos de la mano. Un humilde maestro carpintero de ribera, de pensamiento liberal y socialista, que, de manera autodidacta, alcanzó un gran respeto por su saber y por su preocupación por difundir la cultura entre los luanquinos. Así lo dejó demostrado como escritor y dibujante (en poesías, artículos, teatro, planos de barcos) y como presidente del Ateneo Obrero y del Gremio de Mareantes de Luanco.
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José Ramón “de la Pintora” |
Recupero aquí un artículo, titulado Del Pasado, escrito por José Ramón en el Álbum de Luanco, del año 1936, pocos meses antes del comienzo de la Guerra Civil española. Gracias a sus recuerdos del Ateneo Obrero y de personajes como Mariano Suárez-Pola o del músico Eduardo Bosquets, además de alguna que otra anécdota, podemos revivir durante unos minutos la intensa vida cultural de esta villa marinera hace un siglo (¡quién lo diría ahora!).
Las fiestas del Cristo del Socorro, adnos recordar sucesos y hechos que, aun siendo de escasa importancia para los extraños, tienen sin duda para los que hemos nacido y vivido en Luanco, valor de tal importancia que algunos de esos hechos, son dignos de recordancia.
Vienen a mi memoria aquellos días del Socorro que en nuestros tiempos mozos esperábamos llenos de entusiasmo y animosos para representar en el teatro local del Ateneo Obrero, obras que el público con benévolo aplauso premiaba. Aquel grupo de entusiastas que constituían la sección dramática del Ateneo, sufrían gustosos los largos ensayos de las obras y ponían todo su afán e interés en la mejor interpretación de sus respectivos papeles, para que la función del día del Socorro, dejara satisfecho al nutrido público que en esa noche llenaba el teatro.
Merecen nuestro agradecimiento los que fueron directores y han conseguido que aficionados llegaran a representar las obras de un modo que el público juzgaba bien.
Ya no existen aquellas personas que han prestado apoyo e interés por la prosperidad y auge del “Ateneo Obrero” de Luanco, que tan gratos recuerdos dejó de nuestra juventud.
Sin olvidarme de ninguno, he de recordar con preferencia, a aquel bueno de Eduardo, todo lleno de amabilidad, siempre la sonrisa en los labios y el golpecito familiar en el hombro del más insignificante de nosotros.
Siempre propicio e incansable en conseguir afinamiento y armonía en los coros y zarzuelas que nos ensayaba: y sobre todo, a sufrir el tormento de estar muchas horas al piano para que nosotros nos recreáramos bailando. Mucha s noches venía al Ateneo, solo por hacernos oír piezas de música ejecutadas en el viejo piano que poseía la Sociedad.
En ocasiones si alguno de nosotros, olvidando lo previsto en el reglamento, se entusiasmaba pidiendo “La Marsellesa”, el bueno de don Eduardo, sonreía complaciente y hacía vibrar en el destartalado instrumento las sugestivas notas que un día improvisara Rouget Lisle.
Hay personas que por donde ellas pasan dejan un reguero de recuerdos plácidos, que ni el más desaprensivo podrá olvidar. Los que conocimos a don Eduardo Bosquest: los que hemos apreciado sus bondades y su gran deseo de servir a todos, no podemos más que guardar culto a su memoria.
Siendo yo muy joven, asistía con frecuencia a los ensayos de la Banda de Música y a las lecciones de solfeo que el maestro daba en la Academia. Ésta era entonces el mismo local que servía de cárcel, y en ocasiones de asilo.
En un invierno crudo, aquí tenía albergue un desgraciado anciano, alto y esquelético a quien llamábamos el tío Pepe. Como en este lóbrego local no había habitaciones reservadas, el pobre hombre estaba presenciando los ensayos, tumbado sobre un montón de (h)arapos que le servían de lecho. Una noche que el maestro corregía a un músico y algo nervioso repitió varias veces la nota SOL, vimos levantarse, cual si fuera un espectro, al tío Pepe y con voz temblorosa dijo: «Don Eduardo, tanto SOL y tanto SOL y yo ¡estoy muriendo de frío!»
Esta salida de aquel infeliz que pudo ser causa de regocijo, sumió a todos los presentes en tristes cavilaciones. ¡Verdad cruel! aquel desventurado ser humano, poco(s) más ensayos presenció, y el recinto de la Academia de música, convirtiose un día en estancia fúnebre.
Menciono esta anécdota como cosa muy lejana, que, a pesar del tiempo transcurrido, refleja en nuestros recuerdos, algo trágicamente triste, lo que en apariencia quería ser un chiste.
“El Ateneo Obrero” de Luanco, llegó a ser en el pueblo, una institución por todos apreciada. De esta Sociedad, salieron iniciativas, que por su importancia, son dignas de tenerse en cuenta. En varias ocasiones se dirigió al Ayuntamiento, interesándose por las mejoras del pueblo, y consiguió que nuestra corporación municipal, rotulara dos calles y un paseo, con los nombres de Mariano S. Pola”, “Félix S. Inclán” y “Cándida Villar de Inclán “.
Reconociendo lo que Luanco debe a don Félix S. Inclán, por s u eficaz y decidido apoyo, consiguiendo con suma rapidez, la subasta del puerto del Gayo; el Ateneo adquirió por suscripción un retrato de dicho señor y pudo alcanzar fuese colocado, en el Salón de sesiones de nuestro Ayuntamiento.
Las cátedras del Instituto del Santísimo Cristo del Socorro, fueron inauguradas, el día 3 de noviembre, del año 1897, y el Ateneo Obrero, organizó a sus expensas festejos públicos, en obsequio de Marianito y los señores tutor y consejo de familia, que venían a la apertura. Levantose un artístico arco en la plaza, en donde el público alborozado aplaudía, al ver pasar por bajo de él, aquel niño que le traía a la memoria los beneficios, recibidos de su ilustre tío. Los socios del Ateneo, no querían intervenir en las discusiones, de si la apertura era forzosa y que en justicia, las cátedras del Instituto debían estar abiertas ya, muchos años antes, como eran los deseos de su fundador. Acaso los que así pensaban, tenían razón, pero ellos solo veían, el beneficio, que para Luanco y su concejo, significaba aquella inauguración y querían solemnizar tan fausto acontecimiento, con su concurso y adhesión sincera.
Una representación del Ateneo, asistió a los actos de la inauguración, tomando parte también en el banquete, con que fue obsequiada la comitiva. Los restantes de los socios, quisieron a su vez festejar, ese memorable día y reunirse en fraternal convite: organizando una fabada que fue servida en el teatro. La comisión inauguradora, mostrose muy agradecida al homenaje recibido del Ateneo Obrero, y en prueba de ello, fue a darle las gracias a los socios y honrar con su presencia, el local de la Sociedad, para posteriormente, el señor tutor, hacer poco honor a su palabra.
El entusiasmo de los reunidos, estalló en frenéticos aplausos, al oír a aquel señor decir que desde aquel día quedaba el Ateneo, libre del alquiler del local, y que se harían las obras necesarias en el edificio.
En agradecimiento a tal promesa, acuerda la Junta General, regalar a Marianito, un álbum firmado por todos los socios y que en artística dedicatoria expresara la veneración que sentían por el descendiente de don Mariano. Adquirido el álbum y al querer entregarlo, les sorprende las excusas expuestas, que resultaba rechazar aquel objeto ofrecido a impulso de una manifestación de verdadero cariño. Las promesas hechas no se cumplieron, y lo prometido en un día de agradecimiento, pasó al olvido.
Teniendo necesidad de reparación el local, nombró el Ateneo una comisión, para entrevistarse con el señor tutor y conseguir permiso para el arreglo del teatro, siendo por cuenta de la Sociedad, todo el importe de la obra. Al mismo tiempo, haría entrega del álbum. La comisión, a duras penas fue recibida, el permiso negado y el álbum rechazado con aspereza. De nada sirvieron los ruegos de los comisionarlos, que con insistencia querían dejar aquel regalo a Marianito. En nada fueron atendidos, y al exponer el estado de ruina, en que se hallaba el teatro y los temores de que se hundiera la cubrición, -contestó- ¡que se hunda! y dirigiéndose a los huérfanos -quisiera no tuviereis nada en Luanco y que nunca os acordareis de él. Aquel buen señor creía defender los intereses de sus administrados, inculcando en los tiernos corazones de unos niños, odio profundo, al pueblo que viera nacer a sus ascendientes. No había motivo para mostrarse así con el Ateneo Obrero, ya que este centro, era ajeno en absoluto al litigio entablado por el Ayuntamiento. Al no consentir el arreglo del local sería causa de la disolución del Ateneo, puesto que, para sostenerse contaba con el producto de las funciones de teatro, por ser insuficiente la pequeña cuota impuesta a los socios.
Hemos de advertir que lo recaudado por las funciones de teatro, no siempre ingresaba en la caja del Ateneo, y sí, en muchas ocasiones, ese dinero sirvió, para fines de caridad. Los socios del Ateneo, eran en su mayoría obreros, pero también pertenecían al mismo, personas de elevada posición, hombre de carrera, estudiantes, empleados y puede decirse, que todos en el pueblo, pertenecían a esta asociación. Dentro del local no existían clases, solo había compañeros, conviviendo amigablemente y en perfecto régimen de democracia. Los más capacitados se prestaban gustosos a instruir e ilustrar con sus conocimientos y su palabra a los que de ello necesitaban. Podemos decir, que de aquellas conferencias y cultas reuniones, quedaba siempre algo noble y digno que no se podía adquirir frecuentando otros sitios. Allí se discutía de todo menos de política. Se trataba de historia, de geografía, de astronomía, de bellas artes, literatura y de todo tema científico. Una noche discutiendo sobre escultura, surgió la idea de intentar hacer algo que perpetuase la memoria de don Mariano; esto ocurría en el año mil novecientos. Un grupo de socios jóvenes, animosos y entusiastas, se unieron para organizar los trabajos con tal fin y adquirir datos sobre lo que se proyectaba. Con éstos, se encontraba Nicolás de la Pola, quien se dirigió a su señor padre, rogándole escribiera la circular, que habría de anunciar la suscripción. El señor de la Pola, persona cultísima e hijo de este pueblo, residía en Madrid y se apresuró a complacerle. Creo de interés, copiar a continuación parte del escrito que enviara este señor: «El pueblo de Luanco, tiene contraída una deuda de gratitud con don Mariano S. Pola, benéfico fundador del Instituto del Santísimo Cristo del Socorro, y el Ateneo Obrero, seguro de interpretar fielmente los deseos de la villa entera y aún los de cuantos se interesan por la difusión del saber y mejoramiento de la educación popular, concibió el pensamiento de erigir a la memoria del ilustre patricio, un monumento público que perpetuamente recuerde su generoso proceder y pueda servir de estímulo a los que quieran imitarle… ».
La misma comisión se entendió con el escultor don Julio Pola, que envió bocetos y presupuestos, resultando de éstos: «Busto de bronce sobre pedestal, 4.000 pesetas. Estatua de bronce sobre pedestal, tamaño natural, 10.000 pesetas».
Aquellos animosos jóvenes alucinados con su entusiasmo, no repararon en lo difícil que sería reunir una de aquellas cantidades, aun siendo la menor. Esto motivó el desánimo y dio lugar al aplazamiento del proyecto, en espera de ocasión más propicia. Posterior a estos trabajos, también en la Habana algún compoblano, sostenía la misma idea y en cartas circulares, invitaba a los hijos de Luanco, residentes en América, a hacer algo en honor de don Mariano.
Pasaron varios años sin llevar a cabo nada práctico. Aquel grupo de entusiastas socios del Ateneo, no descansaron, hasta conseguir aquello que tanto les ilusionaba. Llegó el momento oportuno y en junta general extraordinaria, celebrada el día 5 de abril de 1908, el Ateneo Obrero, acordó abrir una suscripción popular, para erigir una estatua a don Mariano S. Pola, encabezándola con mil pesetas, (que más tarde se elevó a mil quinientas). Entre los acuerdos, hay el de invitar a las autoridades locales, para formar parte de la junta, que había de llevar a feliz término la plausible idea y dar la presidencia al alcalde.
Constituida la Junta Gestora, se organizaron los preparativos de la recaudación, y se publicó enviándolo a todas partes, donde hubiera un luanquín, una circular con el escrito del señor de la Pola, que hemos apuntado antes.
Dicha circular llevaba las siguientes firmas: Alejandro Artime, alcalde; José R. Gutiérrez, Presidente del Ateneo Obrero; José Menéndez de la Granda, Juez Municipal; José González Pola, Cura Párroco; José García Menéndez, profesor del Instituto; Evaristo Mori, Presidente de la Marítima; Marcelino Vega, Gervasio Fernández, Juan Villa y Agustín García, vocales del Ateneo; Inocente Gutiérrez Pola, maestro del colegio.
Seguros del patriotismo de nuestros paisanos residentes en América, mandáronse circulares a la Habana, de donde la Colonia Gozoniega, remitió una suma respetable para engrosar la suscripción.
También el Ayuntamiento contribuyó en dos veces con cantidades de importancia. Todo luanquín amante de su pueblo, dio su óvolo, pero la Junta Gestora, no tenía aún lo suficiente recaudado para completar la suma presupuestada y entonces, otras personas aportaron lo necesario.
Por fin llegó el tan deseado día y el 8 de agosto de 1916, se inauguró la estatua del fundador del Instituto del Santísimo Cristo del Socorro.
Hay un hecho innegable y es que, este modesto monumento con que Luanco, honra a su bienhechor, se debe a la iniciativa del Ateneo Obrero, que con su entusiasmo, constancia y empeño, consiguió plasmar la imagen de don Mariano, a quien todo buen luanquín, llevaba ya en el corazón.
Esta sociedad tuvo su primera reunión el 15 de octubre de 1894 y puede asegurarse que en aquella época, sería el tercer centro de carácter cultural en nuestra provincia. Mayor motivo para lamentar que aquella culta asociación, haya desaparecido por carecer de local.
Los deseos de aquel buen señor, se cumplieron y el edificio, domicilio del Ateneo Obrero, se derrumbó.
Aquel pequeño teatro tenía en su historia, el ser uno de los primeros que existieron en Asturias, y sobre todo, para nosotros, el gran valor de ser fundado por don Mariano. Aquel gran hombre que dotaría a Luanco de un valioso centro de enseñanza, quería también legar a su pueblo algo que lo condujera por la senda del arte.
Él fue quien hizo escribir sobre la coronación del arco que formaba el escenario, los versos de un poeta clásico.
«No es el teatro
un vano pasatiempo,
escuela es de virtud
y útil ejemplo».
un vano pasatiempo,
escuela es de virtud
y útil ejemplo».
Méritos suficientes son éstos para que por todos, este edificio fuese respetado como cosa sagrada y no consentir nunca su desaparición.
De aquel querido teatrín, no queda hoy más que unas tristes paredes y el convencimiento que, de haberse llevado a cabo la cesión prometida y suscripta, no hubiese desaparecido aquel recuerdo de don Mariano, ni el Ateneo Obrero de Luanco.
Luanco, enero de 1936.
Me encanto tu blog . Especialmente este artículo que habla del músico eduardo Bosquets, ya que andaba buscándole la pista por internet al ser antepasado mío. Tendrías más información sobre esta familia?
ResponderEliminarMuchas gracias, Paula. El Bosquets al que se refiere aquí José Ramón es Eduardo Bosquets Parajes, natural de Valladolid y residente en Luanco desde mediados del S. XIX. Era profesor de música y director de la banda municipal de música, creada por él mismo. Tuvo un hijo, del mismo nombre, que llegó a ser alcalde de Gozón entre los años 1927 y 1930. Hay un libro del año 1996 titulado "La obra fotográfica de Eduardo Bosquets, 1900-1920", publicado por el Museo Marítimo de Luanco, donde podrás encontrar una breve nota biográfica a cerca de ambos. Aún así, espero dedicarle algún día una publicación, ya que su memoria merece ser recuperada. Un saludo.
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